viernes, 17 de agosto de 2007




He estado dudando entre seguir con las "normas" o pasar ya a las historias ejemplares. Al final he decidido alternar, así que voy hoy con una historia.



Últimamente, cuando me preguntan si tengo novio, respondo que tres, me gusta ver la cara que ponen y me ahorra preguntas embarazosas. Normalmente suele ahorrarme cualquier otra pregunta. ¿Se lo contarán a mi ex? Espero que sí.

Ayer vi a uno de los tres, el Pelusilla, a quien también llamo cariñosamente el enfermero - del corazón -. Un pibito, excepcionalmente, de unos cuarenta y cinco aunque, a decir verdad, mentalmente debe tener, cómo no, unos veintiséis. Está muy bien formado y tiene oscuros rizos y ojos azules a medio abrir, de emporrado, hasta más arriba de las cejas (el emporramiento).

No le he preguntado su edad, regla nº 2, y en justa correspondencia tampoco le he dicho nunca la mía. Taytantos.

Le vi de lejos, desde mi casa, contemplándolo largamente en la imaginación mientras decidía si volver o no a verle - y tocarle, que es a lo que más me cuesta renunciar.

El Pelusilla, además de mayor, es un hombre contradictorio: fácil y difícil a la vez. Fácil de llevárselo a la cama y difícil de soportar fuera de ella. No es que copie estereotipos masculinos, ya lo iréis conociendo y me daréis la razón. Fijaos que el otro día me preguntaba una amiga que pasaría si él entraba en Internet y veía este blog, a lo que respondí que eso no ocurriría, no tiene pulso.

La primera vez que lo vi casi me suplicaba, o lo intentaba, porque en su estado comatoso-etílico apenas podía articular, menos aún juntar, dos palabras; que lo acompañara fuera del bar. Ésta es su táctica amorosa. Aprended de paso, Catiks, si os invitan a ir afuera o a dar un paseo, por raro que parezca lo que quieren es entrar, sí, creedme. El chico no era especialmente original, bueno, un poco sí, en sus maneras pero lo sencillo, increíblemente a él le funciona. Lo he visto empleando esta misma táctica con eficacia, con otras varias Catiks. A la vez, aquella noche, trataba de meterme mano, así que hablábamos y gesticulábamos mucho.

Lo único que pude entenderle mientras intentaba librarme de él e impedirle que me tocara, fue ¡mírame a los ojos! Y le miré y ahí perdí, aunque no aquella noche, otra peor.