sábado, 14 de mayo de 2011

Juventud divino tesoro



Metallica - Nothing else matters
http://www.youtube.com/watch?v=fyubq_-OVAI&feature=fvst

Pues no, no me causa deshonor, no voy a hacerme responsable también de los hechos de mi esposa. La mujer no es como los hijos, responde legalmente de sus acciones. Algunos boludos parecen creer que tuviera que tomarme un seguro de responsabilidad civil y no es que no quiera uno a veces levantarse para moler a palos, si te viene uno del barrio y te soltá de pronto algo como "¿Por qué no me sopleteás la banana?". Cuando un gusano viene a joder le quieres partir el orto, es algo natural, pero son, en el fondo, sujetos vulnerables. Mi mujer lo llama un abuso de conciencia. El deshonor es suyo, como cuando yo estoy en pedo, me dice mi esposa que me pongo menos sutil que de a diario y que se me entiende menos pero que alguna palabra que uso no le suena conveniente. Les paso con ella, que a diferencia, no tengo ganas de retorcerle el bonito pescuezo. Le he pedido, eso sí, que no siga con sus cuentos morbosos. Cornudo vale pero restregado no, que ésas son nuestras cosas, jabru, así que fantasía y nomás. Mi vida, después hablamos vos y yo.

Holaa... bueno, pues como mi maridito no me deja contarles más historias nocturnas tendré que abandonar el manual y conformarme con otras cosas. Ya voy, mi amor. Nos vamos a matear un poco, me ha contagiado su costumbre. El ¿no lo había dicho? es argentino. El misterio que encierra su lenguaje me encanta, soy de la opinión de que hay que conservar algo del enigma original, para no cansarse; total, nos entendemos lo suficiente. Les dejo una ficción, no sabía cómo llamarla. Me parece que le iría bien algo así como "Segunda Juventud" o "Eterna Juventud", no sé; bueno elijan ustedes:

...JUVENTUD

Estaba a punto de finalizar su examen de fin de carrera. Tenía sobre la mesa el libro y los apuntes, ahora cerrados y de pronto la profesora se había detenido junto a él.
- Pero Juan
Juan había levantado la vista mirándola de hito en hito como quien llega de muy lejos, recién sacado de su extrema concentración.
- ¿Sí? - había preguntado con toda la ingenuidad aparente que fue capaz de reunir. La mujer le miró dudosa, luego se sonrojó.
- No, nada - y continuó su ronda por la clase.
Juan miró a la derecha, donde se sentaba su novia. Le miraba con cierta reprobación aunque él adivinó la sonrisa contenida que estaba naciendo en la comisura de sus labios suaves.
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20 años después:

Justo cuando ya le tocaba, la encargada de recoger las entradas llamó a la securitas, le murmuró algo al oído y se marchó, dejando a la guardia de seguridad en su puesto. Ésta se volvió hacia la cola, le miró directamente a los ojos y le indicó con la mano que se acercara. El hombre se inclinó a izquierda y derecha, balanceó el casco, se atusó nerviosamente el falso bigote y enarboló como pase sólo una sonrisa.
- Buenas noches ¿su invitación? - preguntó la mujer mirándole con interés no disimulado.
- Enseguida -. Colocó el casco sobre el mostrador, dejó tranquilas las puntas de su bigote y metió las manos en los bolsillos de la chaqueta de cuero fingiendo primero una búsqueda infructuosa y luego una perplejidad un tanto desconsolada. - ¡Vaya! hubiera jurado... Voy a tener que volver a casa. Llegaré tarde -. Esbozó melancólico un gesto de frustración.
- Adelante - la guardia le guiñó un ojo y rápidamente volvió a su expresión adusta para que la cola no se diese cuenta de la ilegalidad. Ella enseguida había notado en él, el aplomo fingido y el postizo bajo la nariz, acompañado todo por la inocencia auténtica de la mirada hipnótica y azul. Era hasta gracioso, aparte de patético, ver a un hombre apuesto de su edad cayendo en el ridículo de ir disfrazado para colarse en un concierto. La securitas tenía vasta experiencia en eventos como éste y confiaba plenamente en su intuición femenina, algo que no solían compartir sus compañeros y jefes, sobre todo en cuestiones de seguridad; pero lo cierto es que hasta ahora siempre le había funcionado estupendamente. No era de las que se ahogaban en un vaso de agua. El hombre era atrayente, aún con esas pintas y, de seguro, completamente inofensivo.
- Vamos, no se detenga - le alentó - hay mucha gente esperando. Hizo un gesto con la cabeza hacia el interior del recinto
- Avance, por favor.
El falso motero no se lo hizo repetir más y se adelantó, introduciéndose en el recinto con paso seguro. Matts estaría ya dentro, pensó anhelante, tenía ganas de verla. Le gustaba mucho aunque al principio no se hubiese sentido nada comprometido. ¿Sería un problema? Fuese como fuese, hoy venía con ganas de impresionarla y divertirla. Había conseguido entrar, de algún modo esperaba este resultado, solía tener suerte, aún sin saber bien a qué achacarlo. Creyó que no había engañado a la guardia, su mirada había sido extremadamente condescendiente, perdonavidas, generosa a un tiempo. Bien, era bueno saber que quedaba gente noble pero desde luego no inspiraba confianza sobre la seguridad del evento. Resultaba demasiado fácil colarse. Se volvió hacia atrás y contempló a la guardia discutiendo con el siguiente de la cola, que agitaba una entrada nerviosamente, el tipo resultaba un tanto siniestro. La expresión de la guardia era agria, con un gesto breve de la mano, la mujer llamó a un compañero que se acercó raudo y cogiendo al calvo por las solapas se lo llevaron aparte. Esto le resultó aún más extraño pero consolador, quizás después de todo no fuera tan pésima la seguridad. Tal vez él mismo desprendiese, efectivamente, un aura de bondad que hacía que la gente confiase en él, como alguna vez le habían dicho aunque Rebecca, su ex mujer, siempre había opinado en contra cuando él lo sugiriera.
Matts, en cambio, no parecía pensar del mismo modo. Era una mujer muy distinta y se lo pasaba muy bien con ella. Tenía un carácter fuerte, al contrario que otras con las que había salido y que, al final, acababan resultándole algo insulsas.
Se dirigió al primer quiosco de la izquierda, donde le había dicho que se encontrarían, si lograba pasar. Sabía que Matts nunca había creído realmente que él pudiera llegar a colarse aún siendo ella quien, bromeando, le sugiriera la vestimenta más adecuada para el intento. No le había dicho nada para hacerle desistir pero él lo había notado, Matts no confiaba en sus capacidades. Le había molestado. Ahora se iba a llevar una buena sorpresa. Avanzó alegre, divisándola entre la gente pero no donde habían quedado sino un par de casetas más allá. Anticipó su triunfo pero cuando Matts se desplazó hacia la izquierda, dejando ver a quien hablaba animadamente con ella, el sorprendido fue él. Matts no estaba sola, venía con Marco, su marido. Era tarde para recular, le habían visto.
- ¡Hey! ¡Hola! - exclamó alegremente Matts, gesticulando exageradamente en su dirección con sorpresa no del todo fingida. Juan se acercó malhumorado.
- Hola. ¿Tú por aquí? - sonreía contenta - No sabía que estuvieras invitado - enarcó las cejas entre burlona y admirativa.
- Pero ¿qué haces con esas pintas? - preguntó Marco - casi no te hubiera reconocido -. Le miraba con cierta perplejidad, como se mira a un loco.
- Me he colado - guiñó un ojo y se fingió alegre para disimular su embarazo.
- Ah ¿sí? - preguntó ella visiblemente interesada - Con toda la seguridad que hay ¿realmente lo has hecho? No hubiera creído que nadie pudiera conseguirlo.
Por eso se había traído a Marco.
- Pues no ha sido nada fácil, no creas pero soy hombre de recursos - se pavoneó a pesar del desplante.
- Con el aspecto que llevas han debido creer que eras uno de los músicos - opinó Marco - ¿Quién te ha prestado la ropa? ¿El novio de tu hija?
- No se trataba - Juan ignoró la segunda parte del comentario - de parecer uno de ellos, ya les extrañaría que entrase por la puerta de invitados... - notó la mueca de Marco - pero sí un incondicional, tal vez; o un colega, medio perdido.
- Sí, perdido, ya se sabe, alcohol y drogas por un tubo - Marco olfateó ostensiblemente hacia él, quizás tratando de averiguar si apestaba a humo y alcohol como parte de la vestimenta. No lo hacía.
- No me puedo creer que haya funcionado - afirmó Matts entusiasmada.
- Sí, hay cosas difíciles de creer -. Juan frunció el ceño y la miró con intención. - Lo peor ha sido sonar convincente cuando he contado que me habían robado la entrada en la cola, junto con la cartera - mintió con la intención de exagerar su hazaña.
- Y te han dejado pasar... uau - volvió a murmurar Matts. Se la veía impresionada y de ningún modo culpable o incómoda. - Eres un verdadero as del disimulo -. Le guiñó un ojo sonriente, encogiéndose de hombros.
- Sí, no tiene importancia. Voy a por una birra. - Se alejó. Escuchó la voz de Marco.
- Parece que el disfraz incluye también el lenguaje. Quién lo hubiera dicho, a sus años. Y ese bigote ¿no te parece excesivo? ¿No podías haberle conseguido una entrada? Pobre hombre.
Y las risas de los dos.
Miró hacia atrás y los vio muy bien avenidos. Él la tomaba de la cintura. Le asaltó la sospecha de que el marido lo supiera todo, quizás era Marco el "as del disimulo". Parecían bastante felices, sonrientes. Se arrancó de un solo tirón el bigote postizo y se apoyó en la barra con desaliento. Miró a la joven a su lado, bastante bien hecha y con una cara anodina y simpática. La chica observaba con curiosidad la marca rojiza que le había quedado bajo la nariz.
- Hola, te invito - le dijo Juan con convicción, sin pensárselo dos veces - ¿Qué quieres tomar?
Ella le contempló de arriba a abajo.
- ¿Eres amigo de los músicos?
- Sí ¿cómo lo sabes?
- Por la edad. Un gin tonic.
- Buena elección - le sonrió.
Cuando volvió con Matts y Marco, la chica le acompañaba de buena gana. Debían ser sus vibraciones, en las que Rebecca no había creído, se dijo. Si no no se explicaba cómo esta joven le seguía la corriente a un vejestorio disfrazado, como él tenía que haberle parecido. Sin embargo, la chica parecía muy a gusto, no como Matts que de pronto se veía incómoda, diríase que casi enfadada. Marco, en cambio, se mostró bastante amable pero sólo con la muchacha.
- Marco ¿por qué no vas a pedirnos algo? - interrumpió Matts. - Me han dado ganas de beber también, esto tiene que estar ya a punto de empezar - Le empujó levemente mientras le plantaba un beso en la oreja y Marco, tras un leve titubeo, se dirigió hacia los puestos.
- ¿Y tus amigos? - preguntó Matts a la joven, sin ningún interludio.
- Oh, por ahí andarán. Sin problemas, cada uno a su antojo.
- ¿No se preocuparán si no te ven?
- No, ya les avisé.
- ¿De qué? - preguntó Matts.
La chica se echó a reir, pareció levemente azorada pero de buen humor, sin captar la animosidad de Matts.
- Oh, bueno, de... cualquier cosa - Volvió a reir y le echó una mirada a Juan. Él le echó un cable.
- De que hoy va a conocer a los miembros de Metallica, luego se los presentaré. - Sonrió guiñándole un ojo a la muchacha, era realmente simpática.
- Así que a los de Metallica ¿de veras es eso lo que vas a hacer, Juan? - Matts echaba chispas por los ojos. Esta vez la joven no podía dejar de ver que algo no iba bien pero malinterpretó la tensión.
- Oh, no se preocupe, señora, sé bien que no los conoce, es una broma nuestra por cómo nos hemos conocido hace un momento, allí, en la caseta -. Señaló. - Me da igual si los conoce o no, además. - Sonrió conciliadora. Matts la miró perpleja, doblemente ofendida por haber sido llamada señora. Abrió la boca para volver a hablar pero Juan se le adelantó.
- Ahí vuelve Marco - dijo señalando con el hombro. Era mentira pero la hizo callar mientras se volvía en su busca. - No, no es él - continuó Juan - me pareció. Matts y Marco son un matrimonio modélico - le dijo a la joven - Me parece que deben de contárselo todo ¿no es así, Matts? Por eso piensan que los demás también deberían. - Se volvió hacia Matts - Pero ya ves que me he portado como un caballero. No pretendo engañar a la bella damisela para aprovecharme de su confianza. Se rió junto a la joven. Matts les dio la espalda. Luego se volvió, fría.
- Bien, en ese caso, que lo paséis bien. - Matts se alejó en dirección a Marco, que andaba en las casetas pagando las bebidas.
- Eh, Matts, Matts - llamó Juan - Sólo es una broma. ¿Dónde vas?
- ¿Se ha enfadado? ¿Por qué? - La chica lo miró desconcertada.
- ¡Matts! - volvió a llamar Juan. Matts se detuvo y se volvió - ¿Dónde vas, mujer? Vamos, pasemos una buena velada, tranquilos los cuatro - insistió -. ¿Qué problema hay? - Ella volvió sobre sus pasos.
- ¿Qué edad tienes, niña? - La chica torció el gesto pero no contestó, miró a Juan interrogativa, éste contemplaba a Matts absorto.
- ¿Qué te importa su edad? Vamos ¿quieres tomarlo con calma? Aquí estás con tu marido y un par de amigos, nada más. Eso es todo.
- ¿Un par de amigos? - le miró fijamente - ¿Un chiflado vestido de motero y una mocosa ingenua?
- Perdón - interrumpió la joven, visiblemente ofendida - no sé qué pasa aquí pero me largo, no quiero molestar. ¿Es tu ex? - se dirigía a Juan.
- No - murmuró él un tanto avergonzado.
- Haces bien en irte - dijo Matts a la chica enarcando las cejas y volviéndose a ella - ¿También te has colado sin invitación? - le preguntó. La chica la miró disgustada y se dio la vuelta para marcharse, sin responder.
- Hasta luego, Juan - dijo irritada - no entiendo qué pasa. Me voy, si quieres darme alguna explicación estaré por donde antes. Gracias por la copa.
- ¡No va a darte ninguna explicación! - acotó Matts - ¿Quién te has creído que eres? ¿Te invitan a una copa y ya crees que tienes derecho a explicaciones? Lárgate de aquí.
- ¡Matts! - Juan estaba realmente enfadado. La chica se dio la vuelta.
- ¿No quería saber mi edad? Digamos que no soy tan mayor como para no poder ser su hija, señora... ¿o prefiere mamá? ¿Es por eso que me das órdenes?
- ¿Me has llamado mamá? - dijo Matts. Antes de divorciarse de Josh, para casarse con Marco y antes de que le extirparan los ovarios condenándola a la esterilidad, había tenido un par de abortos y sufrido varios años intentando quedar embarazada.
La muchacha se volvía ya hacia Juan.
- Juan, te espero en la caseta ¿te importa?
- Sí, perdona, lo siento, ahora Voy.
- ¿De veras? - preguntó Matts.
- Sí, de veras o eso parece - contestó la chica, volviéndose de nuevo a ella.
Matts se giró hacia la muchacha y sin decir palabra cerró el puño y se lo estampó con ganas en el ojo. La chica perdió el equilibrio y cayó hacia atrás con un grito, chocando con Marco que regresaba con las copas. Las bebidas se derramaron, parte sobre los vecinos, que se revolvieron muy enfadados y el resto en el suelo; lo cual hizo resbalar al que había dado un paso para protestar, un hombre de pelo largo y rizado que patinó y cayó también aparatosamente, arrastrando a otros dos a los que se agarró. Al escuchar el ruido y los gritos, los amigos de la muchacha acudieron presurosos al rescate. Cuando llegaron, los tres primeros en caer ya habían pasado de las invectivas y los empujones a los puñetazos. En su precipitación, uno de los chicos perdió el equilibrio sobre el cemento húmedo, golpeando con la pierna a un tipo con pinta de mula en su particular caída. Pronto se había armado un buen tumulto y ya fuera por simple contagio de la agresividad o porque lo encontraran divertido, otros se sumaron a la pelea de buen grado. Se repartía leña a diestro y siniestro. Juan tuvo tiempo de ver a Marco arrastrando por la fuerza a Matts, alejándola de aquellos enloquecidos boxeadores espontáneos. Giró la cabeza buscando a la muchacha pero había desaparecido. Frente a él sólo había tipos moliéndose a golpes. Juan tuvo ganas de desahogar su rabia, su frustración y su ridículo dando también un buen puñetazo al primero que se terciara pero sabía que si daba una luego sería más difícil parar. Se alejó despacio, marcha atrás, esquivando contrincantes que no le prestaron demasiada atención, enfrascados en sus propias lides y prefiriendo enfrentarse a alguien que les plantase cara. Se cruzaba con otros que recorrían encantados el camino en dirección opuesta, de cabeza hacia la acción. La violencia se había extendido en apenas unos minutos. Alguien le cogió del brazo y cuando se aprestaba a defenderse, reconoció a la guardia de seguridad que le había dejado entrar. Por aquí, la oyó gritar, la mujer tiró de él como si supiera a donde dirigirse. La siguió mientras ella se abría paso usando la porra con conocimiento y luego lo dejó en salvo en un rincón tranquilo, con otras gentes que se agolpaban asustadas. La guardia volvió a la pelea, junto a sus compañeros.
Cuando por fin se calmó todo, la securitas, con el uniforme algo desgarrado, volvió a aparecer por allí. Le preguntó si estaba herido y él dijo que no con la cabeza.
- Ha perdido su bigote - murmuró la mujer.
Juan se encogió de hombros sin saber qué decir. Ella le contemplaba interesada. Juan pensó que se encontraba seguro en su compañía y era evidente que ella se mostraba protectora hacia él, tal vez funcionara. Se sintió tentado de pedirle el teléfono. Por encima de su hombro Vio a Marco y a Matts que surgían intactos de quién sabe qué lugar. Por la mirada de Matts comprendió que un enfrentamiento entre ella y la guardia a la que acababa de ver en acción, podría desembocar, por espiral o en cadena, en la destrucción de la ciudad.
- Gracias - murmuró tan sólo. Luego miró a Matts y se echó a reir como un loco. Ella le hizo un corte de mangas, hizo dar la vuelta a su marido y se alejaron deprisa. Antes de desaparecer entre la multitud, Matts echó un vistazo hacia atrás. Juan pudo ver como a Matts se le escapaba, a su pesar, una pequeña e involuntaria sonrisa, en medio de toda esa expresión de hastío e irritación. Luego le hizo un gesto con los labios, como si gruñera, y ya no la vio más.

Charles Lloyd - Mirror
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