sábado, 5 de junio de 2010

Dos por el precio de uno (I)


¿Es el dolor de ser uno mismo causado por la reunión de todo lo que fuimos, como una suma o es, en cambio, por lo que ya no somos; una pérdida y una resta, una diferencia? Cuando uno se asume a sí mismo, como todo aquello que recuerda, todo lo que fue y no lo que sólo es - incluso aunque al explicarse así, identificando esto con un yo esté tal vez cometiendo un error - el conjunto puede ser abrumadoramente invasivo. Recordar todo lo bueno es como una lluvia, la humedad que nos devuelve a la vida o a las ganas de ella. Cuando se recuerda en cambio lo negativo, el sufrimiento puede resultar inestabilizador o llegar a suponer una amenaza. Alguien que haya tenido muchos instantes felices puede ser también desbordado. El dolor de ser uno mismo. ¿Es el dolor cuestión de intensidad? Tal vez sólo en un futuro lejano, cuando las marcas se han atenuado por otras improntas menos significativas sobre ellas, quedando todas entrevistas, puede uno asumir las consecuencias de reunirlo todo en el presente, sea esto lo que sea, sin que ello nos suma en la inconsciencia o en el embotamiento de la insensibilidad. O quizás el sufrimiento es asunción de la inexistencia y sólo aceptándolo y atravesando su mar, cruzando el espejo, sea uno capaz de comprobar que es mejor así. El paisaje, barroco y abigarrado, demasiado lleno para una sola mente y un solo cuerpo se desvanece mientras nuestros ojos lo observan tratando de darle la importancia que no tiene.