domingo, 29 de marzo de 2009

Por qué me odias



- ¿Por qué me odias? – preguntó por enésima vez el hombre angustiado, quitándose torpe una ondulación rubia sobre la frente fruncida. Sus ojos entrecerrados, grises y líquidos amenazaban con desbordarse de un momento a otro. Se alzó un poco, de rodillas como estaba, ante la mujer reclinada en el gran butacón verde y trató de abrazarla a la fuerza - ¡No me dejes! – suplicó una vez más.
- ¡NO ME TOQUES! – Los largos mechones castaños caían inertes a cada lado de su rostro tenso – ¡Márchate de una vez!
- ¡NOOOO! – el hombre comenzó a sollozar. La mujer le contempló perpleja pero dura. Abatió las espesas pestañas un momento. Respiró profundamente y luego volvió a hablar.
- Bueno ¡ahora no te pongas a llorar como si fueras inocente! El primer día que salimos juntos me pisaste. A propósito. Supongo que creíste que de allí ibas a ver mejor el escenario, que no era verdad – su boca se redondea en un gesto de rememorada incredulidad – En vez de pedírmelo, me pisaste y cuando yo me hice para atrás, ocupaste mi espacio.
- Pero ¿qué dices? ¡Estás chiflada! ¡estás loca! ¡Yo jamás he hecho eso!
- ¡No me has devuelto el portátil!
- ¡Nunca haría eso!
- Sí, lo hiciste – dijo cansada – no te acordarás.
- ¡Cómo no me voy a acordar de algo así! Si lo hubiese hecho me acordaría, lo que pasa es que no estás bien. Eres tú la que no se acuerda de las cosas y se las inventa.
- Lo recuerdo perfectamente.
- Bueno, tú sabes, aunque te acuerdes, te puedes equivocar ¿verdad? ¿Sabes que eso le pasa a la gente? – su llanto había cesado.
- ¿A la gente loca? – dijo ella irritada - También te puede ocurrir a ti, entonces ¿no?
- ¡No, a mí no!… - vaciló al ver su expresión – Bueno… sí, podría ocurrirme también, soy una persona – dice con un gesto escéptico y despreciativo, ni rastro ya de las lágrimas, concediendo a regañadientes – pero aunque así fuera, yo me conozco – afirma de pronto rotundo – y eso que dices no podría haberlo hecho nunca. ¿Quién me estás diciendo que soy? ¿Un monstruo? ¡No es mi manera de ser! ¡Jamás! ¡Jamás habría hecho eso! ¡Monstruo! ¡eres un monstruo! – se alteró de pronto - ¡Mentirosa!
- ¡Mentiroso tú! Yo también creí que no harías algo así, que ¡nadie! haría algo así pero cada día me sorprendes. – puntualizó con amargura - Yo también te conozco, mejor dicho ¡te voy conociendo y no quiero conocerte más! – giró la cabeza hacia la pared.
- Pero mi amor, estás enferma ¿no te das cuenta? Muy enferma, completamente loca.
- Ya lo sé – repitió - ya me lo has dicho muchas veces. – Volvió a mirarle - ¡Vete!
- No puedo, necesitas a alguien que se ocupe de ti ¿Qué ibas a hacer sin mí? ¿Por qué? ¿por qué me odias tanto? Yo te quiero – la miró con ojos torvos. – Sería inhumano que te dejara sola, así como estás.
- ¡Que te marches HE DICHO!
El hombre se puso en pie, se inclinó un poco hacia ella y levantó la mano.
En ese momento sonó su móvil. La volvió a bajar y respondió. Era su
mujer que, al otro extremo de la línea, comenzó a llorar.
- ¿Dónde estás? – se la oyó decir – Les he dado tu número de la oficina pero nadie lo coge. Me desmayé, estoy en el hospital; está bien, el niño está bien, está aquí conmigo. – Suspiró – Me he hecho daño al caer, me di un golpe en la cabeza y sangré un poco, muy poco pero estoy bien, ahora tienen que hacerme unas pruebas. ¿Dónde estás? – Suspiró de nuevo. - ¿Puedes venir?
- Cariño, ahora no puedo, la reunión. ¿No puedes llamar un taxi?
- No - volvió a llorar - por favor, explícales. ¡Lo tienen que entender! Ven enseguida, por favor. El niño está asustado y te lo llevas a casa contigo o lo llevas con mis padres – hizo una pausa -. Ven, cariño. Estoy bien, estoy ahora con el médico, pero me duele un poco.
- Es que me coges fatal. Yo mismo no estoy bien. – se le escapó un sollozo - Pide que le den una tila al niño ¿No se les ha ocurrido a ellos solos? ¡Vaya médicos! ¿Avisaste a tus padres? La secretaria se tuvo que ir, por eso no contesta nadie.
La mujer al otro lado volvió a llorar en silencio. Ella hizo un gesto para que
fuera.
- Está bien, mi amor – dijo el hombre triste hacia el teléfono mientras miraba a la mujer en el butacón verde – ahora intentaré ir. – Colgó.
Se volvió de nuevo hacia la mujer cruzada de brazos.
- ¡Por favor, por favor, no lo estropees! – le suplicó de nuevo – Ven conmigo – ella le miró atónita - ¡No, pídeme que me quede! – se le escapó otro sollozo.
- ¡MARCHATE! ¡MARCHATE AHORA MISMO! –. Él se sorprendió al oirla gritar otra vez, luego la agarró, la puso en pie y la zarandeó, finalmente la soltó y se volvió a ver el brillo en su mirada, el mismo que antes cuando había alzado la mano. La mujer se le adelantó al pensamiento y le dio una sonora bofetada.
- ¡Lárgate de mi casa!
Él cerró el puño y avanzó un paso pero ella no reculó. El tipo vaciló unos
instantes, indeciso y finalmente dejó caer el brazo aún amenazador.
- Volveré enseguida – le dijo roncamente – Te quiero -. Dio media vuelta y salió.
Ella respiró, esperó a que estuviera lejos, le miró con odio mientras entraba al
coche y entonces se asomó a la puerta para gritar.
- ¡CABRON! ¡HIJO DE PUTA! ¡No vuelvas por aquí! – Algunos vecinos se asomaron y se volvieron a meter rápidamente para sus casas - ¡Que no te enteras! ¡Te estoy diciendo que se acabó! ¡SE ACABO! ¿Te enteras de una vez, CABRON?
Cerró rápidamente y echó la llave pero no hacía falta, a través de la ventana
pudo ver cómo el hombre se asomaba por la ventanilla del coche; la saludó con la mano, le lanzó un beso y arrancó.