jueves, 27 de noviembre de 2008

Tengo una vida sentimental complicada



Me estrechó entre sus musculosos brazos, cálidos y suaves, apretándome dulce e intensamente contra él mientras yo sentía un placer infinito y me embistió potente una vez más en un estertor final. Gimió y se estremeció en un frenesí glorioso mientras yo jadeaba muy excitada. Una vez en calma, volvió a abrazarme con ardor apasionado pidiéndome suplicante que le besara en la boca. Lo hice, lengua inquieta y desesperada contra lengua golosa y rastreadora, sumergidos en una activa lucha por encontrar de nuevo la luz del santo grial. La piel, humedecida y desnuda, contra la piel; el color y la belleza de ésta. Las formas, la saliva, los olores y la desnudez completa, perdido el sentido en medio de la calidez de la entrega amorosa y enfebrecida. Instinto y nada más.
La libertad.
Nos fundimos inconscientemente en un abrazo que nos unió en un solo bicho, el cual se durmió agazapado entre las páginas que componen, no una novela, sino una palabra: eternidad.
Oye – le dije un poco cohibida y cortada cuando hubimos terminado, aún entre los acogedores brazos y en la amplia cama de la preciosa habitación.
¿Qué? – me animó él cariñoso, acariciándome con ternura el cabello y preocupado al ver la expresión de mi rostro, creyendo quizás que le anunciaría algo que enturbiaría el momento pero no era eso. Vacilé y él volvió a acariciarme suavemente y me besó, como diciéndome que fuera lo que fuera, adelante, nada iba a pasar. Me lancé.
- Perdona ¿Cómo dijiste que te llamabas?