viernes, 5 de octubre de 2007

Inmigración, el sexo y el lenguaje



Conozco una chica alemana que vive en España hace varios años, muy mona y muy campechana, que cuando habla en un idioma que no es el suyo, lo masacra. Lo hace sonriente y coqueta, con la sabiduría, nacida de la experiencia, del plus de exotismo que eso supuestamente le añade. Y yo que oigo ese español que apenas se entiende, que sube y baja, abrupta y guturalmente, sin seguir tan sólo la melodía de la entonación fluída, no puedo evitar añadir ese "supuestamente". ¿Cómo puede alguien encontrar atractivo semejante discurso disarmónico y ruidoso? Ni siquiera mantiene constante el volumen de voz, que te alcanza de improviso para a continuación alejarse repentinamente incluso en el interior de una misma palabra, con agudos trinos intercalados inesperadamente.
A mí esas cosas me bajan la líbido y no al contrario. Por ejemplo, con los cubanos, con perdón y aprovecho para recomendarlos como de los mejores amantes que han pasado por un lecho: cálidos, ardientes, cariñosos. Para recordar. Bueno, a lo que iba, a pesar de ello, tienen un acento que correspondería, según mi oído, al de un niño pequeño español ceceando. Es un acento rarísimo, no resulta serio. Y no me pone nada. Menos mal que una vez en la cama, de su murmullo sobresale un ardiente "Mamita" susurrado cálidamente en una oreja tibia. Sin ninguna c. Se les perdona todo, lo confieso.