viernes, 21 de marzo de 2008

El sueco impasible

No todos los extranjeros han de ser cálidos varones de ojos despiertos, negros y vivaces, de esos que te hacen sentir viva con sólo seguir los movimientos de sus sensuales músculos, coordinados y precisos. También los hay de piel clara y pecosa y que en la pista de baile podrían pasar por una más de las columnas que adornan el local. Me apoyé en uno, confundida y eso die pie a una conversación que derivó en cena, que pagamos a medias, lo cual aunque justifique, defienda y hasta alguna vez exija intelectualmente, hace que mi corazoncito tiemble y desfallezca recordando a Cenicienta, Blancanieves y todas ellas, a las que además veo en los ojos de los camareros que traen la cuenta, ajenos a la nueva realidad de Europa y sus costumbres. Estos suecos ni siquiera se dan besos cuando se presentan, lo cual me dejó con la mejilla al aire en la pista, hasta la correspondiente explicación.
Durante la cena, se armó tremenda trifulca callejera entre 2 machos aguerridos, la gran ballena azul y el ballenato joven y atrevido, debido al roce de sus carros y el local se vació en pro de la curiosidad y de la búsqueda del mantenimiento de la armonía social en la que todos nos involucramos. Entre 6 ó 7 de los comensales más fuertes lograron semi-sujetar a la gran ballena mientras que yo y otras dulces mujeres tranquilizábamos con dulces palabras al ballenato, al que convencimos sin demasiada dificultad de que volviese a su carro y se marchase rápida y dulcemente. Cuando volví a entrar en el local, estaba completamente vacío, sin camareros incluso, a excepción de mi sueco que de espaldas a la ventana, continuaba tranquilamente despachando su cena. Desconfiada eché un vistazo a la mía, no la había tocado. Me senté y le expliqué para que no se llevase mala impresión que lo que acababa de ocurrir no era algo habitual en mi país pero me pareció que la esencia de Europa se mantenía apaciblemente ajena a otras realidades.