viernes, 29 de febrero de 2008

La mujer honesta


Siempre fui muy tímida y pudorosa. Ya de pequeña cuando venía el fotógrafo a preescolar, me daba tanta vergüenza posar para un desconocido que me levantaba la falda y con ella me cubría totalmente la cabeza. Así pues, no es extraño que de mayor atraiga a ese tipo de hombres, sí, aún quedan, que esperan de nosotras que seamos honestas, puras y que no nos gusten los hombres. (¿Ni siquiera él? .... porfi).
Así que, catiks, atención al consejo de hoy: no lo contéis todo!

viernes, 1 de febrero de 2008

No puede ser


Hay gente que, como los antiguos griegos, cree en las señales de la providencia: una golondrina que pasa volando y esas cosas. Soy demasiado racional para darle algún crédito a estas historias, a no ser que las tome como un divertimento; sin embargo, ayer, mientras cogía del armario la chaqueta que iba a llevar puesta para el viaje, se me subió al hombro una cucaracha escapada a la vigilancia casi perfecta de mi gato, que sigue funcionando mejor que un insecticida a pesar del desliz. Sentí sus patitas cosquilleantes antes de verla y casi al mismo tiempo de gritar y sacudirla. A consecuencia de esto me invadió cierta aprensión y pensé que tal vez el cielo estaba llamándome ¡cucaracha! Después, ya en el coche, camino del aeropuerto, me imaginé el momento del encuentro, saludando efusivamente al que había de recibirme, por otro nombre; por el nombre de aquel cuyo perfume aún debía, imperceptiblemente, llevar sobre mí. Aún más aprensiva me puse a recitar mentalmente: Jon, Jon, Jonathan, Jon, se llama Jon, se llama Jon, no te confundas, con el mismo esfuerzo de concentración que empleaba en el colegio para aprenderme las lecciones de historia. Al poco rato me adelantó una ambulancia, luces giratorias encendidas y sin saber por qué se me llenaron los ojos de lágrimas. Llegué al aeropuerto a tiempo de ver salir un avión, el mío, que despegaba en ese instante.
En el camino de vuelta a casa, después de avisar a Jon de que no iría, fui adelantada esta vez por un coche de bomberos con la sirena puesta. Caray! me dije entredientes, a apagar un fuego y enseguida empezó a caer, de imprevisto, no una lluvia sino un diluvio torrencial que difuminaba la carretera. Menos mal que pude pegarme a dos luces, rojas, que iban delante a 60 km/h y seguir su trayectoria. Envié un mensaje a quien me prestaba su olor y al poner ¿cómo estás? el móvil autocompletó "cómo bodas". No pude menos que sonreirme, sin embargo, estaba triste, decepcionada y malhumorada por haber perdido el avión.

... si creyera en las señales ...